El fantasma y la señora Muir

Si en alguna ocasión ya hablé de aquellas historias que nos acompañaron en el pasado y a las que tememos volver a revisitar años después por miedo a perder un buen recuerdo, esta que traigo hoy digamos que ilustra el caso contrario: la primera vez que vi El fantasma y la señora Muir no debía yo tener más de doce o trece años y, sin embargo, aunque suene extraño, me ganó con su factura elegante, su ritmo pausado, los diálogos tranquilos pero con punta, su música y esa preciosa fotografía en blanco y negro que tienen las películas de los años 40. 

Quizás hoy en día, para la mayoría, no sea más que una de esas películas donde no pasa nada, pero a mí ya en su momento me dio la sensación de que en esa suavidad en realidad se enlazan muchos temas. Bajo el argumento de una historia romántica de una viuda de principios de siglo que se muda a una nueva casa que tiene todavía como inquilino al fantasma del anterior propietario, se esconde la lucha de la protagonista por tener y ser dueña de su propia vida. Primero, huyendo de la influencia agobiante de la familia de su difunto marido y mudándose a un hogar apartado en una población tranquila en la costa. Después, intentando volver a subirse al carro del mundo sin éxito. El encuentro de la pacífica señora Muir con el explosivo, pero muy muerto, capitán Gregg es el centro de la historia, cargada de fino humor y fintas verbales. La parte final en la que Lucy acepta su soledad nos hace sentir como en un sueño, en la que nos deja con la duda de si todo lo anterior fue real o solo una ficción. 

¿Qué más decir? Siempre me pareció una maravilla la manera en la que Gene Tierney y Rex Harrison llevan el peso de la historia, dos realidades que se comunican y juegan con las palabras como se hace con la luz en un juego de espejos, y en la que aparecen pocos más personajes pero qué personajes: George Sanders, Edna Best y una peque Natalie Wood que no llegaba a los diez años...
¡Cómo te hubiera gustado el Cabo Norte, y los fiordos al sol de medianoche; cruzar los arrecifes de Barbados, donde el agua azul se vuelve verde; las Falkland, donde la galerna del sur hace que el mar se ponga blanco de espuma! ¡Cuántas cosas nos perdimos, Lucía!
A veces te sientes más sola con otras personas que cuando estás sola de verdad. Por mucho que las quieras.

2 comentarios:

  1. Hola,precisas y concisas letras van desnudando integralmente la germinal belleza de este blog, si te va la palabra encadenada, la poesía, te espero en el mio,será un placer,es,
    http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
    gracias, buen día, besos de nieve..

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    1. Buen día, don Vito, gracias por pasar y comentar.

      Besos.

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