Dandelion wine

Acaso sea porque estamos en enero, el verdadero comienzo del invierno, y ha llegado el momento de beber el vino del estío, de dorado diente de león, sentémonos al calor de la lumbre, aunque sea eléctrica, y bebamos de los recuerdos que nos hicieron tal como somos. 

¿Cuál fue nuestro primer recuerdo? ¿Cuál el momento en que, como Doug Spaulding, fuimos realmente conscientes de lo que significa estar vivos? Hasta llegar aquí, todos hemos recorrido un camino que nos ha dado forma. Decubrimientos realizados en eternos y soleados días de verano, cada uno idéntico al otro en apariencia pero no en contenido. Días en que se aprende que, para ser razonablemente feliz, hay que sacarle el jugo a lo que tenemos a mano en vez escuchar y dar crédito a los cantos de sirena emitidos por falsas máquinas de la felicidad. Encontrarle el punto a las tareas diarias, cotidianas y rutinarias porque, sin ellas, por ejemplo, no podríamos recolectar los preciosos dientes de león: maleza para la mayoría, flor noble para quien las sepa ver: