Con derecho a queja

Seamos sinceros, para poder quejarse de cualquier cosa, es necesario que la tal cosa sea poca cosa.

Esto que parece un trabalenguas no es más que uno de esos convencionalismos que tan mal llevo: si a uno le pasa cualquier tontería es libre de contarla a diestro y siniestro. De hecho, lo más probable es que en poco tiempo esté rodeado de más o menos público que le jalee. Si la cosa es de importancia... Pues nada, habrá que apretar los dientes y hacer creer al respetable que eso es una sonrisa.