Historia de dos ciudades

Teniendo en cuenta que se acaba el año y, con él, el 150 aniversario de la novela de Dickens, me ha parecido un buen momento para dedicarle a esta obra una entrada en el blog:

La verdad es que siempre me atrajo la misma forma en que está narrada la historia, con todo ese juego de espejos representado en los dobles destinos y los personajes dobles (doppelgängers casi), y que la dota de toda una atmósfera de premonición que no se limita a unas pocas escenas, como las de los pasos del destino que dice escuchar Lucie Manette en más de una ocasión... Y es que contínuamente tenemos la comparación entre las dos ciudades: París y Londres; las dos épocas: finales del s. XVIII y mediados del s. XIX; los dobles destinos: el del dr. Manette y Charles Darnay, así como dos formas de tejerlo: el hilo de oro de Lucie y la calceta sin fin de Madame Defarge. Vemos también pasar ante nuestros ojos a toda una galería de personajes con su doble físico: los marqueses de St. Evrémonde, hermanos gemelos; Jerry Cruncher y Jerry Cruncher, padre e hijo; Lucie y la pequeña Lucie; y, sobre todo, Charles Darnay y Sydney Carton. A todo esto hay que sumar el tema central de la novela: devuelto a la vida.

Por otro lado, la mayor parte de la trama parece transcurrir de una manera más o menos feliz hasta que se nos hace llegar a la Montaña Magnética de una manera bastante forzada, también hay que decirlo ;), y todo se precita. Porque, conforme transcurre la acción, ya nos vamos dando cuenta de que el verdadero protagonista es Sydney Carton, un tipo con muchas cualidades que, sin embargo, no ha sido capaz de hacerse  un hueco en esta vida y que, por eso mismo, cae tan bien. ;) Por eso y porque lleva una vida solitaria y desordenada, con un jefe que lo vampiriza, y que ve en el propio Charles Darnay lo que podría haber sido y conseguido -incluyendo aquí a Lucie Manette- si las cosas le hubieran ido de otra manera; pero que está seguro que ya no conseguirá nunca a pesar de su buen fondo. Es este rendirse a sí mismo lo que crea una sensación extraña, unida a la reacción del resto de personajes: choca tanta rigidez ya que, si bien se entiende que alguien se abandone en un mal momento, no se entiende tan bien que todos a su alrededor acepten esto sin apenas resistencia. En cambio, lo que no hará por sí mismo, sí lo hará por los demás en el último momento y, lo más curioso -es todo un detalle- es que ya se nos había advertido en cierta manera de esto con anterioridad:
"Soy el mismo Sydney, con la misma suerte. Ya cuando estudiaba me dedicaba a hacer los temas y los ejercicios de los demás muchachos y descuidaba los míos.
- Y ¿por qué?
- Sólo Dios lo sabe. Porque era así."
Curiosamente también, en los últimos momentos, con la aparición de la pequeña costurera y la visión final, lo que se recuerda es la frase con la que comenzó esta historia: devuelto a la vida, comprendiendo al fin su verdadero sentido; pero es extraño que se hable tanto del párrafo final y casi nada del personaje de la costurera, que siempre me pareció de los más enigmático y, sin embargo, también de lo más capital. ¿Alguna idea? ;)

2 comentarios:

  1. excelente comentario del libro; sin comentarios, valga la redundancia...

    :)

    saludos,

    r.

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  2. Bienvenido Rafa,

    muchas gracias.*^^* Ahora me dejas que yo tampoco sé muy bien qué decir. El mérito es de Dickens, que era un genio. ;)

    Saludos.

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