-¿Qué? -le dijo Ralph, junto a él.
-Allá, en Illinois, hemos olvidado de qué se trata. Quiero decir los muertos, allá en nuestro pueblo, esta noche, diantre, nadie piensa en ellos. Eso sí que puede llamarse soledad.
Eso es verdaderamente triste. Mientras que aquí, bueno... Es alegre y triste al mismo tiempo. Aquí en la plaza todo son petardos y esqueletos de juguete, y allá arriba en el cementerio todos los mexicanos muertos reciben las visitas de los parientes, y flores y velas y cantos y dulces. Quiero decir que es casi como el Día de Gracias, ¿no? Y todos se sientan a comer, pero sólo la mitad puede comer, pero eso no tiene importancia, están allí. Es como tomarse de las manos en una sesión de espiritismo, sólo que algunos de los amigos ya no están. Oh, diantre, Ralph.
Noviembre, el mes de los muertos. Leyendo esta fantástica novela de Ray Bradbury, que nos embarca en un mágico viaje, junto a un grupo de niños, para conocer el origen y las diferentes formas que ha tomado a lo largo de la historia esta festividad, he recordado algunos detalles del día de difuntos que no me eran extraños hace algunos años: he recordado, sobre todo, las pequeñas llamas de las mariposas de aceite (mariposas de aceite, mariposas de luz, lamparillas de aceite, xinxetes d'oli,... como las querais llamar) ardiendo en la oscuridad. ¿Qué ha sido de ellas? Buscando un poco me he dado cuenta de que, como casi todo, siguen ahí y se siguen utilizando y vendiendo bajo otras formas. Creo que van a volver a formar parte de mi presente. ¿Por qué no? A veces cuesta tan poco...
Imagen: Trampas de Tinta
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