
La verdad es que siempre me atrajo la misma forma en que está narrada la historia, con todo ese juego de espejos representado en los dobles destinos y los personajes dobles (doppelgängers casi), y que la dota de toda una atmósfera de premonición que no se limita a unas pocas escenas, como las de los pasos del destino que dice escuchar Lucie Manette en más de una ocasión... Y es que contínuamente tenemos la comparación entre las dos ciudades: París y Londres; las dos épocas: finales del s. XVIII y mediados del s. XIX; los dobles destinos: el del dr. Manette y Charles Darnay, así como dos formas de tejerlo: el hilo de oro de Lucie y la calceta sin fin de Madame Defarge. Vemos también pasar ante nuestros ojos a toda una galería de personajes con su doble físico: los marqueses de St. Evrémonde, hermanos gemelos; Jerry Cruncher y Jerry Cruncher, padre e hijo; Lucie y la pequeña Lucie; y, sobre todo, Charles Darnay y Sydney Carton. A todo esto hay que sumar el tema central de la novela: devuelto a la vida.