Durmientes

Llevaba tres días huyendo de la jauría. Durante ese tiempo, no había parado más que unas pocas veces para poder recuperar el aliento. Pero ahora no sabía qué hacer. Tras él, se extendía el miedo y, ante él, lo desconocido. Extrañas ruinas se alzaban aún desafiantes entre los árboles, y un pensamiento curiosamente lúcido cruzó como un rayo el cielo de su mente: “no importa el tiempo que aún resistan. Finalmente, desaparecerán”.

Caminó desconcertado entre un patio de columnas casi devorado por la selva, cruzó siguiendo los muros de piedra a medio caer y llegó a un extraño claro que le pareció una tregua entre los elementos. En el centro descansaba el cuerpo de una mujer, de tal forma que parecía dormir. Se acercó, curioso, olvidando el miedo por un momento. La observó de cerca durante un instante. Respiraba de forma suave. Alzó la vista para mirar a su alrededor. Sabía que allí estaría seguro algún tiempo, nada lo alcanzaría. Pero, a su vez, sabía que todo aquello era pasajero y que tarde o temprano, tendría que seguir huyendo.

Así, dejó el claro y continuó su camino. Sabía que la jauría seguía su rastro, en algún lugar, tras él. Pero también sabía que ni tan siquiera ellos podían evitar que las ruinas desaparecieran bajo los árboles.

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