Doña Fortuna y don Dinero

Pues, señores, vengamos al caso: era éste que vivían enamorados doña Fortuna y don Dinero, de manera que no se veía al uno sin el otro. Tras de la soga anda el caldero; tras doña Fortuna andaba don Dinero: así sucedió que dio la gente en murmurar, por lo que determinaron casarse.
Era don Dinero un gordote rechoncho, con una cabeza redonda de oro del Perú, una barriga de plata de Méjico, unas piernas de cobre de Segovia y unas zapatas de papel de la gran fábrica de Madrid.
Doña Fortuna era una locona, sin fe ni ley, muy raspagona, muy rala, y más ciega que un topo.
No bien se hubieron los novios comido el pan de la boda, que se pusieron de esquina: la mujer quería mandar, pero don Dinero, que es engreído y soberbio, no estaba por ese gusto.